martes, 25 de enero de 2011

Besos Electrónicos

Ocurrió en un pequeño país de Europa, tan pequeño que apenas sale en los mapas.
Un científico muy reputado de dicho país, incapaz de superar el abandono de su esposa (ésta se había marchado con un domador de leones) decidió hacer una réplica de la misma.
Podía haber optado por comprar una muñeca hichable y ponerle su foto, o quizá una escultura de poliespan, aumentando ciertas zonas con las que no estaba muy contento...

Pero debido a su gran intelecto y cierta tendencia a complicarse la vida, decidió construir una robot. Si, si, una robot. Pero claro, por mucho que los japoneses o la ciencia ficción nos enseñen androides casi perfectos; la realidad de nuestro amigo iba a ser bien diferente.
Tras resolver varios problemas: buscar piezas, encontrar los tornillos que le faltaban a su mujer, crear un software equilibrado para ella y algún que otro percance con la soldadura...

¡¡LLegó el gran día!! Por fin había terminado su obra maestra. Ya no tendría que superar la pérdida de su mujer porque ahora la tenía de nuevo, pero eso sí, mejorada.
Se acabaron las discusiones por qué película ver o a que restaurante ir a cenar.
Así que apretó el botón "ON" y se dispuso a salir con su robótica compañera.
El chirrido que hacía al caminar era un poco irritante, el tacto frío y duro de su mano no demasiado agradable y... el olor a óxido... en fin, superado todo esto la velada para él resultó agradable.
Quizá no tanto para los clientes del restaurante al que acudieron. El espectáculo era esperpéntico. Un hombre de media edad, sentado en una mesa con un montón de chatarra a la que se dirigía de manera cariñosa y con la que mantenía una animada conversación. Su compañera metálica se limitaba a decir "Si cariño" con una voz que inspiraba más miedo que ternura.

Las semanas fueron pasando y nuestro científico, ya sin la fama de antaño, cada vez soportaba menos a su nueva compañera. De repente el "Si cariño" que le incluyo como única frase se le hacía insoportable. Discutía con ella a todas horas y cuando al hacer las paces intentaba besarla, siempre acababa con algún corte en el labio.
Cuando bajaba a la calle con ella de la mano los niños se burlaban de él, la gente con la que se cruzaba le miraba con miedo y pena a la vez. Por todo esto, apenas salían.
Pero en casa, las cosas tampoco iban demasiado bien. Para qué negarlo, tenían problemas sexuales.
Tras algún tiempo pensando, se dio cuenta que el dolor por la marcha de su esposa seguía aún presente y que ninguna máquina le iba a ayudar a superarlo.
Debía enfrentarse a ello y empezar una nueva vida sin su mujer (sin ninguna de las dos).
Y así lo hizo.

Todo esto me recuerda a los cigarrillos electrónicos tan de moda ahora. Hay que aclarar que no ayudan a dejar de fumar, ni son medicinales aunque los vendan en las farmacias.
Pese a que al principio si pueden ser de ayuda, si te pasas semanas usándolos acabarás convirtiéndote en adicto a esos "besos electrónicos" que das a un trozo de plástico.
Si has decidido dejar de fumar, piensa en lo que le paso a nuestro científico loco, seguro que sacarás conclusiones.

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